viernes, 7 de mayo de 2010

DESNUDEZ



Es azul, mi banco es azul. No tiene nada de especial, la pintura del respaldo desgastada y las patas oxidadas como cualquier otro banco, pero es mi banco, yo lo elegí o igual él me eligió a mí.
Sentada en él leo, pienso o simplemente dejo vagar mi mente sin destino. Sin embargo, desde hace un tiempo, las letras no componen palabras, la música es ruido, las olas no mecen los barcos y siento como si una sombra negra se hubiese pegado a mí.

Como todos los días el señor del pelo blanco se sienta en el banco vecino y con un leve movimiento de cabeza y una sonrisa me saluda. Yo intento responder con mi sonrisa, pero de mi boca hoy sólo sale una mueca.
¿Dónde está mi sonrisa? La busco en el espejo, en la cara de la gente con la que me cruzo, pero cada uno tiene la suya. Es normal, mi sonrisa es normal, tímida a veces, abierta, silenciosa o sonora otras y la sombra negra me la ha robado para reírse de mí.

Es una sombra fuerte que me empuja y me empuja hasta llegar a un tobogán largo, empinado y tortuoso. Yo me agarro a los bordes con todas mis fuerzas, no quiero caer y pido ayuda. Hay gente que mira hacia otro lado, otros me acusan de débil, pero algunos me ofrecen su mano sincera que intenta sujetarme, pero la sombra negra se muestra cada vez más poderosa y tira y tira. Me agarro, me aferro… hasta que mi cabeza y mis manos están demasiado destrozadas, entonces dejo de pelear y me dejo caer
No sé quien o qué es esa sombra negra, sólo sé que me ha robado mi sonrisa, la ilusión y hasta el placer de dar o recibir una caricia, pero también a su manera es generosa ya que me ha regalado vacío, soledad, culpa o miedo.

Magullada y dolorida llego al final del tobogán.
¿Dónde estoy? No lo sé, está oscuro, negro, silencioso, tengo frío y me siento desnuda.
Intento gritar, pero de mi boca no sale ni un sonido.
Sé que ella está ahí, conmigo, vigilándome, y aunque la pregunto quién es, qué quiere, no me responde, pero está ahí, la huelo, la oigo respirar. Entonces es difícil contener el llanto, no pensar y soportar la soledad

Ella vigila, pero finjo estar adormecida para recuperar fuerzas y escapar de mi jaula.
Intento trepar por el tobogán, pero resbalo, todavía estoy débil y la sombra respira y se ríe. Lo intento una, dos… cien veces, y una, dos….y cien veces me caigo y me vuelvo a levantar.



Por fin, un día doy un pasito muy corto, las piernas me tiemblan, pero mis manos se sienten fuertes y, aunque el tobogán resbale y la sombra tire de mí, esta vez no puede conmigo. Sigo dando pasitos, me siento como un arbolillo recién plantado, y aunque la sombra intenta talar mi tronco, me defiendo y peleo.

Al fin, al mirar hacia arriba, veo un rayito de luz y el final del tobogán y hacia allí me dirijo. Por el camino recojo mi ilusión y dejo atrás mis miedos y mi vacío.
Empiezo a escuchar las voces que había perdido y que me reciben con una caricia o con un beso que mi piel no había olvidado y esa mano fuerte, pero tierna a la vez y tantas veces añorada sujeta la mía. En ese momento la soledad desaparece.

Después de mucho tiempo, entre la bruma diviso mi banco, mi banco azul. Me voy acercando paso a paso, de vez en cuando me tengo que parar a descansar, pero el olor de la brisa marina y el sonido de las olas meciendo los barcos han vuelto.
Por fin, me siento, cierro los ojos, repaso con mis manos mi banco azul y saludo con mi sonrisa al hombre del pelo blanco.

Ana