Cuando la puerta se cerró tras de mí, sentí el golpe de aire fresco en la cara. La entrevista había durado una escasa media hora, el tiempo suficiente para sentir la falta de aire y las ganas de salir de aquella casa. Abrí mi paraguas, y respirando profundo llegué a la puerta de mi coche. Al volverme a cerrar el paraguas vi un rostro en la ventana.
Sin duda era él. No aparentaba los diez años que la madre me había dicho que tenía. La pálida piel y el pelo negro y ralo podrían haber sido los de cualquier niño enfermo, pero aquella mirada tenía más de un millón de años.
Él no se apartó de la ventana. Yo me apresuré a entrar en el coche y a alejarme de aquel lugar. Por la ventanilla abierta entraban la lluvia y el aire, un aire que no pasaba de mi garganta estrangulada por una mirada que tenía más de un millón de años y que decía: supe nada más verte que tú tampoco te quedarías.
Rosa Ayesa
LO NUEVO SI VIEJO, DOS VECES VIEJO
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Hace 10 años
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