sábado, 24 de abril de 2010

La gata



Bajaba yo por las escaleras, bien arreglada y maquillada para la reunión, cuando vi a mi vecino del primero espiándome por la puerta entreabierta. Me hice la despistada, como siempre, y seguí bajando para pasar por delante de él con toda la arrogancia de que era capaz, haciendo caso omiso de sus ojillos lúbricos. Entre la planta primera y el bajo, cuando casi había conseguido salir de su campo de visión con toda impunidad, la gata de la portera saltó desde el balaustre, donde había estado dormitando, y se enredó entre mis piernas para arrancarme una caricia, maldita gata zalamera. Hice un quiebro para esquivarla y evitar que me llenara las medias de seda de pelos grises, y mi tacón derecho pisó el borde del escalón y se partió. Caí en picado sobre el descansillo para acabar en una postura de lo más ignominioso, con una pierna doblada y la otra casi vertical, enganchada por el tacón roto al tercer escalón del tramo. Lancé un juramento rabioso, y en lo alto del rellano apareció mi vecino, el mirón, que frotándose las manos preguntó con voz meliflua mientras me miraba a un lugar muy lejano a mis ojos:
-¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

viernes, 16 de abril de 2010

ANA MARÍA


Las bombas habían empezado a explotar hacía ya casi tres años. Pero lo más gordo, lo definitivo ocurrió dos meses después de empezar las bombas.
Las luces, los móviles e internet dejaron de funcionar. Los hipermercados y la mayoría de las tiendas fueron asaltadas y, para conseguir comida, empezó a ser más útil una joya de oro que un fajo de billetes. También funcionaba la navaja en una esquina, siempre que estuviera respaldada por un físico convincente.
El Piruletas tenía físico convincente hasta en esceso. Además, detrás del físico tenía un alma negra y esquinada como los callejones donde trabajaba.
Aquel día se le había dado bien. Dos cadenas de oro, un anillo con una piedra que parecía buena y siete latas de pescado en conserva.
Iba contento camino de su madriguera cuando la oyó. Era una voz dulce que cantaba una canción infantil acompañada por unos golpes rítmicos. Acechando entre la basura vio una niña que botaba acompasadamente una pelota mientras seguía cantando la misma canción. El pelo rubio lo tenía recogido en dos coletas y debajo de la ropa se adivinaba un cuerpo de piel suave y pocas carnes. El Piruletas se pasó la lengua por los labios muy despacio y dejó que su alma oscura empezara a trabajar.
Decidió acercarse. Lo mas importante no asustarla, así que se quitó la gorra que le ensombrecía la cara, se alisó un poco el pelo ensortijado y tras amarrarse una sonrisa en la cara se fue acercando con las manos en los bolsillos del pantalón y andar indiferente.
La niña, si lo vio llegar no le hizo caso. Siguió embelesada con la pelota.
- Hola, guapa.
- Hola señor- Y siguió botando la pelota.
- ¿Cómo te llamas?- Dijo el Piruletas mientras daba disimuladamente un vistazo para asegurarse de que no había nadie en la placita.
- Ana María Fernández Martínez señor.
- ¿Quieres? – Y le mostró una piruleta.
- Bueno- dijo Ana María dejando de botar la pelota.
- Mira Ana María, yo tengo una niña que tiene más o menos tus años, pero está malita y no puede salir a la calle a jugar como tú. ¿Tú querrías ir a jugar con ella?
- No sé. ¿Cómo se llama?
- Merceditas, y tiene muchos caramelos y una pelota de colores más grande que esa.
- ¿Esta muy lejos?
- ¡Que va!, Por esa calle aquí al lado, en la plaza junto al río.
- Vale, pero por esa calle que dices no, que hay muchas ratas y me dan miedo. Por esta otra.
- Como quieras. Y se pasó de nuevo la lengua por los labios muy despacio.
Ana María se cogió de su mano y se dirigieron hacia el callejón.
Después de penetrar en la calleja oscura y solitaria, el contacto de la mano le acabó de revolver los instintos. Estaba a punto de empujarla a un portal y arrancarle allí mismo la ropa cuando el mundo se abrió bajo sus pies.
Luchaba por salir de la alcantarilla en la que había caído al pisar el cartón que la cubría, cuando adivinó una sombra a su espalda. Luego sintió un golpe fuerte en la nuca y se desmayó.
Tres figuras más de muchachuelos aparecieron. Ninguno pasaba de los trece años. Uno de ellos abrió una navaja y sujetándole la cabeza por los pelos, le dio rápidamente un tajo profundo de oreja a oreja.
Insensibles a la sangre que manaba se dedicaron a rebuscar en sus bolsillos para ir metiéndolo todo en una mochila.
A punto ya de marcharse, la niña que se había retirado prudentemente se acercó para decir.
- Mi parte Danielín.
- Toma Anita- Y alargó dos latas de conservas.
- Si os vuelvo a hacer falta me lo decís ¿Vale?
- Claro Anita. Lo haces muy bien.

César

lunes, 5 de abril de 2010

Sin título (Deseo)


Esta mañana, mi vecino vino a preguntarme si a mí también me habían cortado el agua. Venía con el torso desnudo por el calor y, aunque siempre lo había encontrado atractivo, su olor me pilló totalmente desprevenida. Me siguió hasta la cocina y mientras abría el grifo del fregadero, se me pegó al cuello, a los brazos, a las piernas. Había agua y mi vecino se marchó; pero él se quedó. Desde entonces, ha ido arrastrándose por mi piel, adentrándoseme por el vestido, alborotándome el pulso y el pelo. A penas logro ya respirar y temo que lo único que puedo hacer es ir a devolverle a mi vecino lo que es suyo. Antes de que llegue mi marido.

Carmen G. Valderas