sábado, 24 de abril de 2010

La gata



Bajaba yo por las escaleras, bien arreglada y maquillada para la reunión, cuando vi a mi vecino del primero espiándome por la puerta entreabierta. Me hice la despistada, como siempre, y seguí bajando para pasar por delante de él con toda la arrogancia de que era capaz, haciendo caso omiso de sus ojillos lúbricos. Entre la planta primera y el bajo, cuando casi había conseguido salir de su campo de visión con toda impunidad, la gata de la portera saltó desde el balaustre, donde había estado dormitando, y se enredó entre mis piernas para arrancarme una caricia, maldita gata zalamera. Hice un quiebro para esquivarla y evitar que me llenara las medias de seda de pelos grises, y mi tacón derecho pisó el borde del escalón y se partió. Caí en picado sobre el descansillo para acabar en una postura de lo más ignominioso, con una pierna doblada y la otra casi vertical, enganchada por el tacón roto al tercer escalón del tramo. Lancé un juramento rabioso, y en lo alto del rellano apareció mi vecino, el mirón, que frotándose las manos preguntó con voz meliflua mientras me miraba a un lugar muy lejano a mis ojos:
-¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

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