sábado, 12 de febrero de 2011

Al otro lado de la esquina



Los siete uniformes que quedaban del pelotón se aplastaron a lo largo de la pared. Al octavo, tras recorrer dos pasos fuera de la protección de la casa, le había destrozado la cabeza un balazo. Había quedado boca arriba. Tenía los ojos abiertos y parecía mirar con sorpresa al agujero que tenía en mitad de la frente. En la caída, una carta doblada se le había salido del bolso izquierdo de la camisa.
El sargento con la espalda contra el muro intentaba adivinar lo que pudiera haber al otro lado. Se quitó el casco, lo colocó sobre el cañón del fusil y lo fue sacando poco a poco por la esquina. Un solo tiro atravesó el casco limpiamente. Hizo un gesto con la mano y un uniforme se despegó del muro para arrojarse después de una corta carrera tras un montón de cascotes en medio de la calle. No se oyó nada. –Como había supuesto un francotirador…Y ahora estaba cambiando de posición-
El uniforme fue trepando hasta posicionarse en lo alto de los cascotes. Una vez allí levantó el dedo pulgar. El sargento no lo pensó dos veces. Señaló el siguiente uniforme pegado a la pared y este salió volando hacia un segundo montón de escombros. Estaba a punto de ponerse a cubierto cuando un balazo le atravesó el pecho parándole en seco. Cayo de costado mientras gritaba –¡Ay madre!- Luego se sacó una cruz que llevaba al cuello y comenzó a besarla con desesperación mientras se iba ahogando en su propia sangre.
Ráfagas de balas trazadoras comenzaron a salir desde el primer montón de cascotes. El sargento grito –Fuego a discreción- y seis ráfagas confluyeron en el balcón del cuarto piso marcado por las balas trazadoras. Un cuerpo cayó sobre un colchón de cristales rotos en la acera y el sargento suspiró visiblemente aliviado.
A la orden de –Desplegaos- tres uniformes se fueron por una acera y el sargento y los otros dos por la otra. Las miradas iban arriba y abajo, controlando los tejados, cada portal, cada ventana. El Sargento avanzaba aferrado al fusil mientras sentía el corazón golpeándole las sienes y un sudor frío en la espalda. Consiguieron llegar al final de la calle y se aplastaron contra la pared próxima a la esquina. El sargento hizo un gesto y un uniforme salió a la carrera, a campo abierto, buscando la protección de un portal.

César Subero

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