sábado, 2 de enero de 2010

El puñal de la Virgen


Carmen G. Valderas

EL PUÑAL DE LA VIRGEN

Teresa acarició el puñal de la Virgen que llevaba colgado al cuello mientras miraba a la gente arremolinarse en la plaza de la Catedral desde el otro lado de las rejas de la ventana. Tenía cincuenta y ocho años y sabía que tal vez se hubiera perdido algo en la vida; pero cuando muriera iría al Cielo y nada era comparable a pasar la eternidad junto a Dios.
–¡Tía! –la niña entró en la habitación envuelta en el roce del tul blanco de su vestido–. ¿Estoy guapa? –preguntó mirando su reflejo en el gran espejo que presidía el salón.
Teresa asintió.
La niña jugó con sus tirabuzones sin apartar los ojos de su imagen.
–Cuando sea mayor seré cantante y después me casaré con este vestido.
En ese momento comenzaron a sonar las campanas.
–¿Nos vamos ya? –preguntó mientras se giraba hacia su tía.
–Espera –respondió Teresa y caminó hacia ella–. Tengo un regalo para ti –se sacó el puñal que le colgaba sobre el pecho–. Mi madrina me lo regaló el día de mi comunión para que siempre tuviera presente el dolor de la Virgen. Ahora es para ti.
La niña acercó la cabeza.
–Él te ayudará a mantenerte pura –susurró mientras le colgaba la cadena al cuello.
Mientras la niña miraba el puñal y lo acariciaba como tantas veces le había visto hacer a ella, Teresa fue consciente de una sensación nueva que nacía en su pecho y se expandía rápidamente. Cuando se giró hacia el espejo, ya sabía que se iba a mirar como no lo había hecho en cincuenta años.

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