lunes, 28 de diciembre de 2009

Lobo extraño


Isabel Aire Aire

Un extraño olor salía por la boca, por la nariz, por los ojos, por todos los poros de la piel de aquel hombre. Un extraño olor que se había extendido con la suave brisa de la noche y había llegado lejos, hasta la nariz de un lobo al que el hambre no dejaba dormir.
El lobo siguió el olor amargo hasta encontrar al hombre abandonado, desfallecido, muerto al pie de la enorme encina. Los botones de su camisa habían estallado dejando al aire su abultado y apetitoso vientre.
De un certero bocado le arrancó los intestinos y huyó con ellos en la boca para devorarlos tranquilamente junto a una mata de espliego.
El hambre iba desapareciendo, iba desapareciendo el suelo, la mata de espliego, la luna, el aire, la vida.
Las lombrices, los gusanos, las orugas, las larvas, las hormigas, todos los insectos que se comieron el cuerpo del lobo fueron dejando a su alrededor sus cuerpos muertos.
Los pájaros que comieron los insectos muertos, cayeron desde lo alto regando el bosque con sus cuerpos.
Y el bosque secó.

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