domingo, 6 de diciembre de 2009

Pásame la sal, por favor


Marián Carretero

- Perdiste tu oportunidad y, ya ves, ahora de nada te valdrá invitarme a comer – algo en la voz aguda de la mujer me obligó a mirar a través de la puerta entreabierta, pero sólo pude ver una melena negra inclinada hacia un mantel amarillo – y para colmo, la sopa está medio fría y totalmente sosa.

En la barra del bar del hotel, yo era el único cliente; tampoco el comedor parecía muy animado… De hecho, era la primera vez en los tres días en el “congreso de psiquiatría experimental” que algo llamaba mi atención.

- Pásame la sal, por favor ¿tanto te cuesta?. Claro, nunca se te ha ocurrido alargar la mano, demasiado esfuerza ¿no? – la última palabra se perdió en un suave gemido– Total, no se de qué me sorprendo, inútil e incapaz del más mínimo detalle…. Pero se acabó, ¿sabes?, es la última vez que acudo a tu llamada.

- Disculpe, señora, ¿podría hablar un poco mas bajo?, los demás clientes se están quejando La voz cohibida del camarero del hotel me sorprendió, pero aún mas la airada respuesta.

- ¿Qué no chille? ¿Eso pretenden uds, que me calle? ¿Ves lo que has conseguido?. Cállate, cállate, y yo sin atreverme a abrir la boca durante años, pero eso se acabó, ya te lo advertí. Deje de mirarme con esa cara de bobo y tráigame el pan. Y procure que el siguiente plato esté mas caliente.

- Pero, pero , señora, yo…. ¿le ocurre algo malo?

-¡A mí que me va a ocurrir!. Este que no me escucha, y usted que no me trae el pan – la voz aguda era ya claramente chillona, y no pude contener mas mi curiosidad. Dejando mi copa en la barra, entré en el comedor.

El camarero huía hacia la cocina y la mujer levantó sus ojos crispados hacia mí. Las sillas que rodeaban su mesa estaban todas vacías. Sin pedirle permiso, me senté en una de ellas.

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