martes, 22 de diciembre de 2009

Efecto ternura


Rosa
El crepitar de celofán frotándose me hizo volver la cabeza. Era el sonido inconfundible de cumpleaños en la escuela, y que chirrió en la casi vacía sala de espera de hospital que acababa de atravesar golpeando el suelo con las muletas y pensando únicamente en el dolor del talón de mi pie derecho. Las luces de los viejos fluorescentes ya estaban apagadas, y ellos se hablaban en un susurro; tal vez ni se hablaban.
Las dos manos de él en forma de cuenco la ofrecían caramelos. Inclinado, parecía que su rodilla se hincaría de un momento a otro en el gastado suelo de la sala, rindiendo pleitesía a su dama sentada en un trono de ruedas. Ella, pequeña, frágil y testaruda, extendió la mano y cogió uno. El ruido infantil de los envoltorios de colores fueron trompetas que anunciaron al caballero y la mirada de ella la única espada a la que él aspiraba para que le tocase los hombros y le permitiese estar al servicio de su reina a la que un encantamiento había paralizado las piernas.
Durante unos breves segundos la sala se inundó de una luz especial, de tenue verde y violeta. La luz envolvió sus gastados cuerpos dentro de una burbuja que podía adoptar infinitas formas; la membrana de la burbuja parecía muy frágil pero contenía un líquido amniótico, resistente, limpio y enriquecido por el tiempo y los cuidados.
La puerta del ascensor se abrió y tratando de no hacer ruido al apoyar las muletas entré en él y me volví a mirarlos por última vez, con los ojos empañados y una sonrisa.

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