viernes, 26 de febrero de 2010

EL FRÍO DE LA MUERTE


Oía cómo un coche hacía saltar la grava de la carretera al acercarse a la casa, era un coche fúnebre y venía a buscarla. Ya no tenía fuerzas ni para abrir los ojos, sentía su cuerpo muy pesado y tenía un frío insoportable.
¡Ay! Ese frío, suspiró para sus adentros. Qué fría es la muerte. Siempre lo había oído, pero ahora lo estaba sintiendo mientras su vida se apagaba. El frío la hizo recordar la muerte de su abuelo, era un día lluvioso de otoño en el que don Ambrosio, el cura del pueblo y don Damián, el médico, no dejaban de estrechar manos y de decir: que en paz descanse. La casa de los abuelos era un ir y venir de gente hasta que a media tarde don Ambrosio se agarró la sotana con una mano y con la otra cogió el Misal y comenzó a rezar mientras descendía por el camino de barro hacia el cementerio seguido del ataúd que era llevado por el tío Manuel y tres vecinos más a los que seguía el resto del pueblo. A los niños no les dejaron ir, pero Adela se escapó y desde lo alto de la pared del cementerio vio como el ataúd era metido en un agujero y cubierto con tierra húmeda en forma de montón. ¡Qué frío va a pasar el abuelo! , dentro de esa caja y cubierto de tierra, pensó. Esa noche durmió muy intranquila y soñó que el abuelo volvía a casa gritando y pidiendo una manta a la abuela.
Ninguno de los presentes lo apreció pero los labios de Adela formaron una sonrisa mientras el frío de la muerte la hizo expirar.
Eva

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