domingo, 15 de noviembre de 2009

Crisis existencial


Ana (Relato de humor)

-Explique cómo sucedieron los hechos, por favor
-Bueno, todo empezó aquella semana en la que Federico se había marchado de viaje. No sé cual fue la causa pero durante esos días fallecieron el móvil, el video y hasta el coche empezó a toser como si tuviese bronquitis crónica
-¿Fallecieron? Explíquese mejor.
-Perdón, quiero decir que dejaron de funcionar. Pero lo más triste fue lo de Caruso, el pájaro, el pobre me miró con ojos lastimeros, dijo pío y pasó a mejor vida -Qué Dios lo tenga en su Gloria-
Cuando Federico volvió, le empecé a contar con cara de circunstancias, como exigía la ocasión, todos los problemillas ocurridos durante su ausencia.
El me decía “no pasa nada, cariño, eso le puede pasar a cualquiera”, pero yo sé, porque llevamos mucho tiempo juntos, y por esa miradita suya lo que en el fondo estaba pensando.
-¿Qué hicieron después?
- Pues empezamos a realizar una “visita médica” a los distintos aparatos, en la que yo le explicaba los síntomas y el tratamiento aplicado a los mismos antes de morir. -¿Síntomas? ¿Tratamientos? ¿No estamos hablando del móvil y del video, señora?
- Sí señor. Discúlpeme una vez más, es que el pobre Federico decía eso cada vez que algo se estropeaba.
- Continúe por favor.
- Comenzamos con el móvil. Yo le empecé a explicar lo ocurrido: Le puse a cargar y después, él solo se apagó, no volvió a respirar, ni a parpadear, ni dio ninguna prueba de vida. Yo le hice de todo, menos el boca a boca, y el teléfono no mejoró.
Entonces Fede cogió al enfermo, perdón al móvil, le puso a cargar enchufando el cable y…… ¡MILAGRO! ¡SE HIZO LA LUZ! El teléfono encendió su pantallita y se recuperó. Naturalmente se puede imaginar mi de cara de perplejidad y ante tan escabrosa situación sólo se me ocurrió empezar a gritar:
“¡MILAGRO, MILAGRO; TUS MANOS SON MAGICAS! Por favor toca mi cabeza con ellas y libérame de la terrible jaqueca que me aqueja”
-¿Cómo reaccionó su marido?
-Pues como siempre, con tranquilidad, aunque clavándome esa miradita suya.
-Continúe con la narración de los hechos, por favor.
- Lo que más pareció preocupar a mi marido fue su coche. Lo noté en su ceño fruncido, en que apretaba muchos los dientes y nuevamente en esa miradita.
Yo, con la voz temblorosa, le empecé a explicar:
“El coche empezó como a “toser” como si tuviese una bronquitis crónica, después todas las luces del panel se empezaron a encender y a apagar como si aquello fuese un árbol de Navidad y por fin, el coche se paró”.
Fede, sudando por todos los poros de su cuerpo, y yo también, aunque obviamente por razones distintas, empezó a mascullar:
“El cigüeñal, la junta de la culata, la correa de la distribución… y otras palabras malsonantes que por mi educación prefiero no repetir.
Entonces, levantó su mirada del motor, clavó sus ojos en mí, y en un tono claramente fingido me dijo:
“Gertru, cariño, ¿has echado gasolina al coche como te dije?”
De mi boca sólo salió un “no, se me olvidó” al tiempo que esperaba, suplicaba que el suelo se abriese a mis pies mientras nuevamente esa miradita suya se clavaba en mí.
¡Ay, pobre Fede! ¡Qué mal lo debió de pasar pensando que a su flamante automóvil le hubiese ocurrido algo irreparable!
A partir de aquellos acontecimientos mi vida ha entrado en una profunda crisis existencial, tengo la autoestima por los suelos, y lo peor son los remordimientos que no me dejan dormir pensando en el pobre Caruso. ¿Y si no estaba muerto, si no sólo en estado catatónico?
- Dice que siente remordimientos por el pájaro …. ¿Solamente por la muerte del pájaro o por algo más?
- No sé que quiere decir, yo sentí muchísimo la muerte de mi pobre Caruso.
Desde entonces, las cosas siguieron en la misma línea, cada día dejaba de funcionar algún aparato doméstico y las miradas de pitorreo y los comentarios cargados de ironía me tenían un poco harta.
-Ahora céntrese, por favor, en el día de autos:
-¡No sé si seré capaz! ¡Pobre Fede! Bueno lo intentaré. Aquel día, tras la avería correspondiente, llamé al técnico y me explicó no se qué de la toma de tierra y que ya volvería mañana. La verdad es que no le entendí muy bien, pero no le di mayor importancia.
Por la tarde, mientras mi Fede se estaba duchando, de repente se apagó luz, saltaron chispas, empezó a salir humo del baño, a oler a carne quemada y escuché el grito agónico del pobre Federico… ¡Pobre Fede! ¡Ay, mi Fede, tan churruscadito que se me quedó!
-Muy bien ¿Tiene algo más que declarar?
-No Señor Juez. Le juro que todo ocurrió así y le ruego que se apiade del dolor que aflige a esta pobre viuda, porque mi pobre Fede, al que Dios acoja en su seno, y a pesar de esa miradita suya, fue el mejor de los 4 maridos que se me han muerto.

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