domingo, 15 de noviembre de 2009

Sin título (Marián)


Marián Carretero (Microcuento Nubes/frío)

El hombre se agarraba a las rocas jadeando. Las arrugas del rostro enrojecido se contraían y apenas le dejaban ver la cima. Allí arriba, en uno de los huecos, se escondía la alimaña. El había visto, desde el pie de la peña, cómo se escabullía. Cuando la atrapase, la retorcería el pescuezo, para que nunca más volviese a pisotear su huerta. O destrozaría esos ojos saltones en la cabeza puntiaguda contra el granito. Apenas sentía el escozor de sus dedos agrietados. Tampoco percibió las nubes que flotaban sobre su cabeza, ni la suave brisa que se había levantado durante la mañana. Toda esa mañana que llevaba persiguiendo al bichejo que se había atrevido a romper su alambrada, o quizás había conseguido invadirle aplastando su asqueroso cuerpo contra el suelo, donde la puerta de la valla no encaja bien.

Al amanecer el hombre escuchó unos ruidos chirriantes y se levantó dando alaridos, sabía lo que iba a encontrar: las lechugas roídas y esas huellas diminutas cubriendo toda su tierra. Ahora esto iba a acabarse de una vez. En ese hueco oscuro oculto tras la maleza, seguro que si metía el brazo hasta el fondo podría agarrarla. Esto iba a terminar para siempre.

Se tumbó en el suelo ignorando los pinchazos de las zarzas, hizo de su mano un puño para agrandar el agujero y lo introdujo hasta que su hombro golpeó con la piedra. Ahí, al fondo, los dedos encontraron un lodo blando que tanteo frenéticamente. Ahora te pillo, ya vas a ver. La mano se cerró sobre un cuerpo sedoso y frío. Demasiado frío y demasiado liso. Cuando sintió el dolor, no se percató de lo que había pasado. Cuando el brazo emergió pudo ver dos puntos con sangre sobre el codo, pero no imaginó nada. Sólo al intentar levantarse, se dio cuenta de que su cabeza era una losa, pegada a la tierra.

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