domingo, 15 de noviembre de 2009

Verano


Isabel Ordóñez (Microrrelato Hombre/pesado)

Cuando todo acabó, el hombre se sentó en el suelo del pajar, apoyado en el rincón más oscuro. Se cubrió la cara con las manos extendidas, y esperó pacientemente hasta que fue noche cerrada.
Vio la luna asomando por una esquina del ventanuco. Entonces, sacó la camioneta del garaje y la acercó todo lo que pudo. Fue a buscar un saco vacío al cobertizo, lo extendió nervioso sobre el suelo y comenzó su tarea. Empezó metiendo la cabeza, la parte más estrecha; después consiguió ir deslizando con mucho esfuerzo los bordes del saco por debajo de su cuerpo; primero los hombros y el pecho, luego la delgada cintura, las piernas finas, sus pies diminutos. Por fin, ató el extremo abierto con una soga gruesa, lo arrastró hacia la puerta, lo tomó con las dos manos y con un impulso, logró echárselo a la espalda.
Había dejado los faros encendidos. Atravesó penosamente el corto trecho que lo separaba de la camioneta con aquella carga, la más pesada que había soportado nunca. La depositó con cuidado sobre el asiento de atrás. Cerró la casa y ocupó el suyo sin hacer ruido.
Mientras avanzaba por la carretera polvorienta la fue recordando como había sido, como era todavía, con su vestido de flores y su pelo castaño. Comiendo cerezas y cogiéndole la mano, riendo los dos, camino de la playa.
Las colinas quedaron atrás. Por la ventanilla abierta, olió a salitre y escuchó el romper de las olas. Llegó hasta el borde del acantilado, donde se quisieron tantas noches como aquella. La luz de la luna era suficiente, apagó los faros. Bajó de la camioneta y la cogió en brazos, como si estuviera enferma y necesitara ayuda, cubierta con su saco. Se acercó a la punta de la roca todo lo que pudo. La lanzó muy lejos, intentando que no se golpeara con los salientes al caer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario